La Válvula de Escape
A principios de este mes el Canciller ecuatoriano visitó España y en lugar de favorecer de manera diplomática la causa de los inmigrantes ecuatorianos en España, se volcó en contra de sus esfuerzos por mejorar sus prospectos económicos. “Ha llegado el momento de vuelta de los inmigrantes”, dijo el canciller (véase “Es la hora de retorno de los emigrantes: Zuquilanda,” 10 de Marzo, 2005 en El Comercio) cayendo en la falacia de que él o cualquier persona está en capacidad de saber lo que es mejor para otros individuos.
En este caso, parece que las intenciones del canciller —ya sean buenas o malas—están oponiéndose al progreso de este grupo de ecuatorianos que han comprobado ser un alivio para la economía ecuatoriana en momentos de crisis.
Y es que no es ninguna novedad que las autoridades se crean superiores y más hábiles que los individuos para generar prosperidad. Los individuos, por otro lado, nos dejamos impresionar por este ego elevado de los gobernantes.
Para completar su caso ante la población ecuatoriana, dice también el canciller que la nueva política ecuatoriana “no es que los trabajadores se marchen fuera porque su educación ha costado mucho dinero al Estado”, lo cual puede ser verdad, pero aún así no lo faculta a él ni a nadie para tomar decisiones por cuenta de otros.
La maravilla de este argumento es que le permite al canciller desviar nuestra atención de lo que se está debatiendo aquí—el derecho de la libertad de movimiento. Además, cualquier ciudadano que es directamente afectado por el fenómeno migratorio y por sus beneficios no tardaría en contestar que él no decidió en qué se gastaba la plata del estado y que por lo tanto no siente que es de él.
También contestaría que el dinero que le llega de sus familiares inmigrantes es enteramente de él para decidir como lo gasta. A final de cuentas, tener un dinero sin poder decidir cómo y en qué se gasta es prácticamente lo mismo que no tenerlo.
Por esta razón es que los inmigrantes ecuatorianos en España han sido una válvula de escape para nuestro país en momentos de crisis. ¿Sabía usted que las remesas generadas por los inmigrantes ecuatorianos en el extranjero conforman la segunda riqueza nacional después del petróleo?
Contrario al caso de los ingresos petroleros, 1,500 millones de dólares (9% del PIB) ingresan al país llegando directamente a manos privadas aumentando de esta manera el consumo de las familias de los migrantes, que a su vez dinamizan los distintos sectores comerciales del país.
Las remesas no crean focos de corrupción como si lo hacen la ayuda externa y las transferencias de dinero entre gobiernos o gran parte del dinero manejado por manos del Estado. No obstante, ya las autoridades están viendo como meterle mano al pastel de las remesas con la excusa de que es necesario conseguir que esas remesas sean orientadas hacia actividades productivas. Como si los individuos no supieran hacer con su dinero lo que más les conviene.
El monto de las remesas, la incidencia de la emigración para reducir el desempleo y las tensiones sociales y políticas corroboran la afirmación del BID: “el arma más eficaz para combatir la pobreza en América Latina no proviene de los gobiernos ni de la ayuda externa, sino de las remesas de los emigrantes”—conclusión irónicamente aportada por una institución que frecuentemente también cree saber más que los individuos qué hacer con su dinero. Y es que aunque no lo resuelvan todo, las remesas y la emigración de quienes votan con los pies, son una válvula de escape sin la cual los problemas de las economías Latinoamericanas se verían multiplicados.
Nuestro canciller podría haber propuesto una nueva política de desarrollo económico para nuestro país. Él podría haberle indicado al gobierno español que los inmigrantes ecuatorianos son muy trabajadores como lo demuestra su tasa de empleo de un 90%, la mejor tasa comparada con grupos inmigrantes de otros países Latinoamericanos y que aunque sigue siendo un alto índice de desempleo, sigue estando por debajo de la tasa de desempleo española.
Él podría haberles dicho a los españoles que en lugar de darle al gobierno de Ecuador—entidad con tendencias cleptómanas—un cheque de 20.3 millones de dólares como lo hicieron en el 2003, podrían ayudar más adoptando políticas migratorias más abiertas. 1,500 millones de dólares en remesas que van directamente a las manos de los ecuatorianos para que ellos decidan que hacer con esa plata es una ayuda externa evidentemente más productiva. El mensaje es simple: No hay mejor ayuda que mantener las puertas abiertas, en el caso de España, y respetar las libertades de los individuos, en el caso del gobierno ecuatoriano.