Volviendo a nuestras raices
“El comercio será libre por mar y tierra con todos los pueblos que no se opongan a la forma libre de nuestro gobierno”.
—Constitución de Guayaquil, 1820
Las negociaciones con EE.UU. del TLC están en su etapa final y es difícil de creer que a pesar de la fracasada política comercial proteccionista de los últimos 180 años, esta todavía encuentra aliados. ¿Dónde quedó ese espíritu liberal que hizo de Guayaquil un puerto próspero a principios del siglo XIX?
La libertad para comerciar, abrir o cerrar un negocio, entrar o salir de un país y la facilidad de hacer todas estas cosas dentro de la esfera legal son los pilares del desarrollo económico. El TLC no nos traerá todas estas bendiciones al Ecuador, pero si significa dar un paso más hacia el aumento de la libertad para comerciar. Una libertad que próceres como Olmedo reconocían como esencial y con la que Inglaterra se consumó en el siglo XIX como líder mundial.
Los ecuatorianos estamos dudando de que firmar el TLC sea bueno. Las demandas en la mesa de propiedad intelectual y en la mesa agrícola de EE.UU. son, para muchos, suficientes razones para tirar esta oportunidad a la basura.
Se dice que la extensión de derechos de propiedad intelectual a los farmacéuticos encarecerá a las medicinas y dejará a los pobres sin acceso a estas. Lo cierto es que adherirse a los estándares más estrictos de propiedad intelectual implicará costos para los productores y por ende, para los consumidores, pero de acuerdo a un estudio de Corporación de Estudios para el Desarrollo (CORDES), estos costos no se sentirán hasta después de 40 años de la implementación de las nuevas reglas y además, estos costos pueden ser reducidos modernizando el Instituto Ecuatoriano de Propiedad Intelectual (IEPI).
En cuanto a la liberalización de nuestro sector agrícola se teme que nuestros agricultores no puedan competir con los productores estadounidenses y se habla de “protegerlos hasta que puedan competir”. Resulta extraño que nuestro gobierno pretenda—como lo ha estado haciendo por casi dos siglos—hacer competitivo al sector agrícola mientras lo protege herméticamente de la competencia internacional. Es como si usted tratara de hacer competitiva a la selección nacional de fútbol sin permitirle participar en campeonatos internacionales. Y es así que África sub-sahariana, siendo la región con la tarifa agrícola aplicada promedio más alta del mundo, sigue siendo la menos competitiva.
Se habla de los horrores que los pobres agricultores ecuatorianos sufrirán debido a la liberalización agrícola ¿Y que hay del resto de ecuatorianos? ¿Deberíamos seguir pagando precios más altos por culpa que nuestros agricultores no son eficientes? Usted hoy repaga por el pollo, el maíz, y la soya y por todos los productos que contienen estos ingredientes y estos precios artificialmente altos perjudican con mayor incidencia a los pobres, quienes consumen una mayor parte de su ingreso en alimentos. Por ejemplo, el arancel cobrado por el maíz y la soya de 8.9% y 20.7%, respectivamente, hace menos competitivos al sector avícola y a las industrias de comida procesada. Es como una cadena dominó en la que la protección de un sector reduce la competitividad no solo de ese sector sino de todos aquellos que necesitan de su producción para funcionar.
La actitud de “dando y dando” debe dejarse a un lado como lo hicieron Chile, Nueva Zelanda, y Hong Kong cuando abrieron unilateralmente sus sectores agrícolas.
Debemos reconocer que somos nosotros, no EE.UU., los que tenemos más que ganar de este tratado. Entre 1992 y el 2003, se le atribuye a la Ley de Preferencias Arancelarias Andina (ATPA en inglés) el incremento de las exportaciones ecuatorianas a EE.UU. por un 85%. La muy cacareada enormidad de la economía estadounidense debe servir para indicar lo muy poco que les afectará a ellos firmar o no firmar el TLC con nosotros y lo mucho que nos afectará a nosotros, más no para decir que nos quieren explotar o someter.
Firmemos para acercarnos un poco más al ideal de Olmedo en 1820 y para que cuando se hable de Ecuador en Washington y en el mundo ya no se nos catalogue como otra república bananera más, sino como un país serio encaminado hacia el progreso.