Gabriela Calderon

Un blog para discutir eventos politicos y economicos desde un punto de vista liberal. A blog for the discussion of political and economic events from a classical liberal point of view.

Monday, January 30, 2006

El Liberalismo y los 'liberales' en Latinoamerica

El liberalismo promueve el mercado libre, el gobierno limitado, la libertad del individuo y la paz. Los llamados liberales de nuestra región y particularmente de nuestro país dicen creer en estos principios pero, a diferencia de los verdaderos liberales, muchos creen en ello solo hasta cierto punto. Es decir, creen en el libre mercado “para mí y para mis amigos”, y en el gobierno limitado siempre y cuando la intervención estatal limitada no ponga fin a sus privilegios. Creen en la paz hasta que sea necesario ponerle fin para proteger un concepto muy extenso de intereses nacionales.

La administración neoconservadora de Bush, que muchas veces es erróneamente identificada como liberal en Latinoamérica, personifica esto. Dice creer en el libre mercado, pero titubea cuando se trata de eliminar sus propias distorsiones comerciales. Dice creer en el gobierno limitado, pero ha generado el mayor incremento en gasto gubernamental desde el demócrata Lyndon B. Johnson. Dice creer en la paz, pero la interrumpe para involucrarse en un condenado proyecto de “construcción de naciones” en el Medio Oriente. Dice respetar las libertades civiles, sin embargo, patrocina la intrusa Ley Patriota.

Pero la administración de Bush se queda corta al lado del daño que han causado muchos de nuestros “liberales”. Los “liberales” latinoamericanos, a pesar de haber implementado reformas que mejoraron la calidad de vida en la región durante las últimas décadas, han golpeado severamente la reputación del libre mercado y de los gobiernos limitados. Causaron daños irreversibles con su estatismo renovado al que pusieron la etiqueta de liberalismo. Liberalismo hubiera significado reducir el poder del Estado para devolvérselo a los ciudadanos, y no solamente para desentenderse de crisis económicas inminentes.
Como fue el caso a principios del noventa.

Sin irnos tan lejos, algunos dirigentes políticos ecuatorianos también personifican a estos “liberales”. Creen en los incentivos tributarios pero solo para viviendas y oficinas nuevas y para ciertos negocios específicos. Si usted tiene una propiedad vieja, esta llamada reforma liberal causaría la devaluación de su propiedad. Creen en una banca privada para fomentar el ahorro y la inversión en el país, no obstante, buscan decirles a los bancos privados dónde, cómo y cuándo invertir sus fondos. Y esta es nuestra derecha… ni liberal ni libertaria; a lo sumo, mercantilista o socialdemócrata.

Los verdaderos liberales, por otro lado, no son partidarios de gobiernos con hiperactividad internacional y creen que la cooperación internacional debe limitarse al desarrollo y fortalecimiento de los lazos comerciales. Además, creen que la paz y el desarrollo económico no son milagros que un mago tecnócrata enviado por el Banco Mundial o por la ONU pueda imponer. No creen que cuestiones tan íntimas como la orientación sexual deban ser tocadas o juzgadas por los gobiernos. En cuestiones ambientales, los liberales reconocen que los países más ricos son los que gozan de mejor salud ambiental y que el peor contaminante, como dijo Gandhi, es la pobreza. Por lo tanto, creen que la manera más efectiva de asegurar la salud ambiental es colocando en la economía incentivos de mercado que conduzcan a la conservación del medio ambiente.

Durante algún tiempo yo no pude conocer lo que realmente era el liberalismo. En los centros educativos a los que acudí no le hicieron justicia al explicarlo, y esto a pesar de que me formé profesionalmente en uno de los países más liberales del mundo, Estados Unidos. Quise explicar el liberalismo para que cuando a usted le disguste nuestra derecha, no se transfiera directamente a la izquierda, sino que considere esta opción tan mal interpretada en Latinoamérica.

Wednesday, January 25, 2006

Perlas de Benedicto XVI (El papa Ratzinger)

Estas citas son tomadas de la encíclica publicada hoy por el Vaticano en la que el Papa afirma una vez más su creencia en el valor de la caridad voluntario y más no la obligada y realizada bajo la coerción:

"Desde el siglo XIX se ha planteado una objeción contra la actividad caritativa de la Iglesia, desarrollada después con insistencia sobre todo por el pensamiento marxista. Los pobres, se dice, no necesitan obras de caridad, sino de justicia. Las obras de caridad —la limosna— serían en realidad un modo para que los ricos eludan la instauración de la justicia y acallen su conciencia, conservando su propia posición social y despojando a los pobres de sus derechos. En vez de contribuir con obras aisladas de caridad a mantener las condiciones existentes, haría falta crear un orden justo, en el que todos reciban su parte de los bienes del mundo y, por lo tanto, no necesiten ya las obras de caridad. Se debe reconocer que en esta argumentación hay algo de verdad, pero también bastantes errores. Es cierto que una norma fundamental del Estado debe ser perseguir la justicia y que el objetivo de un orden social justo es garantizar a cada uno, respetando el principio de subsidiaridad, su parte de los bienes comunes. Eso es lo que ha subrayado también la doctrina cristiana sobre el Estado y la doctrina social de la Iglesia. La cuestión del orden justo de la colectividad, desde un punto de vista histórico, ha entrado en una nueva fase con la formación de la sociedad industrial en el siglo XIX. El surgir de la industria moderna ha desbaratado las viejas estructuras sociales y, con la masa de los asalariados, ha provocado un cambio radical en la configuración de la sociedad, en la cual la relación entre el capital y el trabajo se ha convertido en la cuestión decisiva, una cuestión que, en estos términos, era desconocida hasta entonces. Desde ese momento, los medios de producción y el capital eran el nuevo poder que, estando en manos de pocos, comportaba para las masas obreras una privación de derechos contra la cual había que rebelarse."

"El marxismo había presentado la revolución mundial y su preparación como la panacea para los problemas sociales: mediante la revolución y la consiguiente colectivización de los medios de producción —se afirmaba en dicha doctrina— todo iría repentinamente de modo diferente y mejor. Este sueño se ha desvanecido. En la difícil situación en la que nos encontramos hoy, a causa también de la globalización de la economía, la doctrina social de la Iglesia se ha convertido en una indicación fundamental, que propone orientaciones válidas mucho más allá de sus confines: estas orientaciones —ante el avance del progreso— se han de afrontar en diálogo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y su mundo."

"El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política. Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones, dijo una vez Agustín: « Remota itaque iustitia quid sunt regna nisi magna latrocinia? ».[18] Es propio de la estructura fundamental del cristianismo la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios (cf. Mt 22, 21), esto es, entre Estado e Iglesia o, como dice el Concilio Vaticano II, el reconocimiento de la autonomía de las realidades temporales.[19] El Estado no puede imponer la religión, pero tiene que garantizar su libertad y la paz entre los seguidores de las diversas religiones; la Iglesia, como expresión social de la fe cristiana, por su parte, tiene su independencia y vive su forma comunitaria basada en la fe, que el Estado debe respetar. Son dos esferas distintas, pero siempre en relación recíproca."

"En este punto se sitúa la doctrina social católica: no pretende otorgar a la Iglesia un poder sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe sus propias perspectivas y modos de comportamiento. Desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica."

"La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado...La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política."

"Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo.[20] El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido —cualquier ser humano— necesita: una entrañable atención personal. Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio...La afirmación según la cual las estructuras justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una concepción materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive « sólo de pan » (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3), una concepción que humilla al hombre e ignora precisamente lo que es más específicamente humano."